No para el presente desolador en la Franja de Gaza. Además del sostenido exterminio que las fuerzas iraelíes mantienen en territorio, en los últimos días, un ataque con dron israelí acabó con la vida del fotoperiodista palestino Mahmoud Wadi, mientras documentaba con su cámara la devastación en la ciudad de Khan Younis, en el sur de Gaza. Una ciudad que ha estado bajo constante asedio israelí y que permanece en ruinas desde octubre de 2023, cuando estalló la más reciente guerra.

Las autoridades sanitarias palestinas confirmaron que Wadi murió instantáneamente tras el impacto, y su cuerpo fue trasladado al Nasser Hospital, donde familiares y colegas lo despidieron con llanto, desolación e impotencia por la carrera criminal israelí por tapar la verdad del exterminio.
Wadi era un periodista freelance, quien en el pasado había sido dueño del estudio de fotografía local especializado en bodas, el cual fue destruido durante la guerra. Tras perder su estudio, Wadi se propuso documentar la barbarie israelí en su pueblo. En esa transición, su cámara se convirtió en testigo de un conflicto del que, finalmente, también fue víctima.
Con su muerte, Wadi pasó a engrosar una estadística dolorosa: su deceso elevó a 226 el número de periodistas y trabajadores de medios palestinos muertos en Gaza desde el inicio de la guerra en octubre de 2023, según la Federación Internacional de Periodistas (IFJ).

Desde que estalló la guerra con el ataque del 7 de octubre de 2023, la franja de Gaza se convirtió también en el escenario de una catástrofe para el periodismo. Según datos recabados por el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) esta guerra se convirtió en “el período más mortífero” para periodistas desde que la organización comenzó a recopilar datos en 1992.
El impacto de la violencia sobre la prensa no se limita a las muertes. El Comité para la Protección de Periodistas también reporta decenas de periodistas heridos, desaparecidos, arrestados, así como daños a oficinas de medios, viviendas y equipos de trabajo.
La Federación Internacional de Periodistas solicita investigaciones inmediatas por cada caso y advierte del riesgo extremo para quienes siguen informando desde Gaza bajo bombardeos. Se suponía que la violencia iba a frenarse desde el pasado 10 de octubre, cuando Israel y Hamás firmaron un alto al fuego. Casos como el de Wadi exponen que la realidad es distinta a los acuerdos.
La secuencia de nombres y relatos de víctimas es larga y dolorosa. Entre los casos documentados figuran reporteros y fotógrafos que murieron en bombardeos sobre viviendas, ataques a caravanas de prensa, bombardeos sobre hospitales y ataques con drones.

Uno de los nombres que no olvidamos es el de Mohammed Hamed Balousha, quien era reportero para Al Mashhad Media y fue víctima de un ataque con dron mientras regresaba de una consulta médica, en diciembre de 2024, un hecho que volvió a despertar la indignación por los riesgos mortales que enfrentan los periodistas incluso fuera del campo de batalla.
Las organizaciones sociales en terreno advierten, además, sobre un clima sistemático de violencia contra trabajadores de prensa: bombardeos indiscriminados, ataques a viviendas y a instalaciones civiles, restricciones humanitarias, destrucción de infraestructura y dificultades extremas para documentar cada caso.
Los ataques no discriminan: de los casos verificados como asesinatos por el Comité para la Protección de Periodistas, un número significativo ha sido calificado como “directos”, es decir, periodistas murieron bajo circunstancias que ese organismo clasifica como homicidios. En muchos otros casos, las muertes siguen siendo investigadas, pues la destrucción, el caos y las restricciones en Gaza hacen muy difícil obtener evidencia clara.
La Federación Internacional de Periodistas, por su parte, documenta un patrón recurrente con respecto a las muertes de reporteros: casas bombardeadas, vehículos marcados como prensa, ataques durante reportes sobre hospitales o desplazamientos, e incluso asesinatos por francotiradores. Los relatos coinciden en que informar en Gaza se ha convertido en un acto de supervivencia.
Los organismos de prensa exigen con urgencia mecanismos de protección: chalecos y cascos para periodistas, acceso libre e inmediato para organizaciones humanitarias y de derechos humanos, y una investigación internacional e independiente de cada caso.
El contexto es, en una palabra, desolador. Con las comunicaciones represadas, pocas misiones internacionales acreditadas y un colapso general en los servicios públicos, cada reporte de periodista muerto —o de desaparecido— se convierte en una lucha por la verdad. Muchas de estas muertes simplemente se pierden en medio del ruido de la guerra.

Ante este panorama, la directora general de la UNESCO, Khaled El-Enany, afirmó que “debemos asegurar que los asesinos de periodistas sean llevados ante la justicia” y garantizar “el derecho del público a estar informado”, un llamado repetido por organizaciones de libertad de prensa en todo el mundo.
En Gaza, cada asesinato de un periodista representa, no solo todo un proyecto de vida exterminado, sino también la pérdida de un vehículo de memoria, de testimonio y de verdad. Informar no es un delito, ni se castiga con pena de muerte. Al contrario, es la garantía de que la humanidad sabrá la verdad del exterminio que ha adelantado Israel contra el pueblo Palestino.
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