Nos sentamos a hablar con el médico y escritor, a propósito del lanzamiento de su libro ‘Y la sangre llegó al Nilo’, pero también sobre cómo ve el proceso colombiano un experto en conflictos mundiales…
Ha conocido de cerca la tragedia que dejan las guerras en su trasegar por Siria, Egipto, Irak, Turquía, Sri Lanka y Afganistán, donde recogió testimonios sobre la dureza de los conflictos. Es médico, graduado de la Universidad Nacional, pero como dicen los campesinos, ‘no cura ni un queso’. Él se lo toma a bien, acepta que la medicina no es lo suyo, pero advierte que ese campo profesional le sirvió, sobre todo, para entender el dolor, para ponerse en el lugar de los otros y para encender una pasión que sabía que latía en medio de estetoscopios y batas blancas: el periodismo.
“Yo soy malo para los tratamientos, pero soy bueno para los diagnósticos. Creo que tenemos una ruptura interna que requiere una alternativa”, dice cuando se le pregunta por ese país que le duele y que ha analizado a través de sus columnas y análisis en decenas de medios nacionales y del exterior.
Está seguro que decir la verdad salva vidas y está convencido de que el país tendrá un mejor reposo si todos los sectores contribuyeran con la salud mental de la nación diciendo la verdad.
“Los periodistas tenemos el deber de contribuir, honestamente, a encontrar esa verdad. No podemos seguir jugando a la publicidad, porque no somos publicistas. Nosotros no le servimos al poder, estamos por definición contra el poder. Decir la verdad es un reto muy grande y doloroso, pero allí me siento más cómodo que en la faceta de médico”.
Bogotano, orgulloso de su origen humilde, habla con emoción cuando recuerda su niñez en Palestina, pero la de Bosa, al suroccidente de la capital. Con 50 años, barba rala, delgado, de baja estatura y rápido en sus palabras, reconoce que la medicina también le sirvió para tener pensamientos concretos y dice no creer en “ese cuento” de que los médicos se insensibilizan. Se toma unos segundos y, entonces, vuelve a la carga: “El médico que se vuelve insensible es porque es insensible, así como le pasa a un periodista. Pero ni la profesión médica ni la periodística me pueden hacer semejante daño como es renunciar a la sensibilidad humana”.
A los diez años descubrió que la palabra escrita servía. Un día quería hablar con su papá, pero Víctor era demasiado tímido para encararlo, entonces decidió escribirle una carta que conmovió a su viejo. Desde ese momento, Currea entendió que su futuro estaba ligado a las palabras. Con ellas, escribiendo crónicas, se logró pagar su carrera de medicina.
“La verdad es que yo deseaba ser médico para aprender la medicina, no para sufrirla y menos con la Ley 100”.
Cuando terminó sus estudios siguió escribiendo y conoció la estela de muerte y sangre que dejan las guerras al trabajar en la organización Médicos Sin Fronteras. Fue allí, justamente, cuando el mundo se abrió a sus ojos y comprendió que eso que veía y también sufría, tenía que contarlo.
Después de todas las guerras que ha visto y analizado durante sus viajes al Medio Oriente, ¿qué similitudes encuentra con relación a nuestro conflicto?
Las similitudes son muchas porque el dolor humano es el mismo. Lo que uno encuentra en torno al desplazamiento, los refugiados, laa búsqueda de protección, las necesidades humanitarias, es que se repiten las dinámicas de los actores. Es decir, la crueldad contra la población civil, la crueldad contra las mujeres en particular, los dogmatismos, se observan en todo lado. Pero también he encontrado similitudes en algunas causas de los conflictos. No es cierto, como algunas veces se plantea, que las guerras de África son solo por razones étnicas y las guerras del medio oriente son solo por razones religiosas. Allí hay agendas económicas, sociales, hay minorías excluidas, problemas en la construcción del Estado. En muchos países esas dinámicas se repiten y se observan también aquí. Podemos concluir que si ellos sufren las mismas causas de la guerra y compartimos algunas dinámicas y, a pesar de todo, han logrado la paz, es posible aprender de esas guerras para también construir la paz en Colombia.
Su obra está repleta de muchas historias dramáticas y las víctimas relatan sus penurias de manera permanente…
El libro está salpicado de dos fuentes, por un lado una cuidadosa búsqueda bibliográfica sobre qué está pasando, por ejemplo, en Nepal o Siria, antes de ir allá. Pero lo segundo y lo mejor del libro, a mi juicio, es ser lo más fiel posible a lo que dicen las víctimas y los victimarios. Para el caso de Siria, implica contar historias de refugiados que entrevisté en Líbano, Turquía, Irak, dentro de Siria, pero también hablar con Yihadistas, como tuve la oportunidad de hacerlo en Cisjordania. Entonces a partir de esas historias preguntarles qué piensan de la guerra y de la paz, por qué están peleando, eso nos sirve mucho. Es importante darnos cuenta que hay muchas agendas. Eso es como cuando dicen ‘todos los colombianos son narcotraficantes’, pues no. Yo en el libro no menciono a Colombia, pero obviamente lo escribo pensando en mi país, pero más allá de las agendas étnicas, políticas, económicas y religiosas, hay una agenda humana, una gran angustia.
Es evidente que esos testimonios en su libro son muy fuertes y dolorosos, como esas historias que cuentan por montones los colombianos que sí han vivido el conflicto en carne propia…
Tuve la oportunidad de llegar a los dos días del golpe militar en Egipto. Estuve con los Hermanos Musulmanes viendo lo que sucedía. Pero la prensa colombiana no informaba nada porque dedica muy poco espacio a las noticias internacionales. Nos miramos el ombligo, escribimos de nosotros, pero están pasando cosas en otras partes del mundo. Hay que conocer el mundo, hay que saltar al universo. En Egipto, después de que yo estuve allí, eso se puso aún más feo. A las dos semanas ocurrió una masacre de tres mil quinientas personas. Por eso el título del libro, que es una de las crónicas, se llama Y la sangre llegó al Nilo, porque ese río atraviesa a El Cairo y trato de recoger de forma muy respetuosa los testimonios que me daban las víctimas. Tuve la oportunidad de compartir, incluso, con los hombres de Hizbulá, en Siria, pero también con sus enemigos, que son los del Ejército Libre Sirio. Estuve con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, en la guerra de Irak; con los rebeldes de Filipinas y el libro trata de contar eso. No quiero reemplazar la voz de las víctimas, por eso aparece el entrecomillado lo más fiel posible, pero sí ser un vehículo para contarles a ustedes que hay otra gente que está sufriendo y que no es diferente al dolor que sufrimos en estas tierras.
¿Y cómo ser meticulosos con el lenguaje para que estas víctimas no terminen siendo revictimizadas de nuevo?
«La posverdad es mentiras. A eso no hay que darle más vueltas».
Les tengo miedo a muchas palabras, una de ellas es revictimizar, eso es como la posverdad, lo que mi abuela llamaba mentiras y ahora la volvieron una categoría académica importante y hacen hasta tesis doctorales sobre esa vaina. La posverdad es mentiras, a eso no hay que darle más vueltas. A mí qué me preocupa de lo que hice, recoger un poco los dolores de las víctimas, pero hay cosas que uno no puede comunicar. Sor Juana Inés de La Cruz decía que hay cosas inefables, que no se pueden comunicar, que no se pueden decir con palabras. Recuerdo escenas muy duras, una de ellas llegar a un apartamento de refugiados sirios, en Turquía, en la frontera, y la gran angustia del señor, que le mataron a su esposa, que dejó todo atrás y que llegó con sus tres hijos menores, era que no tenía un café para ofrecerme.
Precisamente sobre eso, en lo que usted es un experto analista, ¿cuáles son los peligros que usted percibe en el reciente proceso de paz alcanzado con las Farc?
Veo dos grandes enemigos al proceso de paz. Por un lado, el incumplimiento del Gobierno, que ha sido sistemático, deliberado. El Gobierno sabía que los guerrilleros de las Farc se iban a concentrar en esas zonas veredales desde hace tres años y, sin embargo, no se preparó absolutamente nada. Hay una falta de voluntad política y, como dice un amigo mío, pues de acuerdo al desayuno uno comienza a sospechar cómo va a ser el almuerzo. Entonces, si las cosas están así en las primeras semanas, es muy triste porque el escenario no es el mejor. Cuando uno tiene el dato de que dos mil guerrilleros de las Farc ya han desertado, significa que hay una derrota del proceso que es muy dolorosa. El segundo gran enemigo son los grupos paramilitares, llámelos Bacrim, Neoparas, como quiera, pero lo cierto es que hay unas prácticas paramilitares que se siguen dando, que han llevado al ataque sistemático de muchos líderes sociales, al desplazamiento, al control de las zonas dejadas por las Farc. Esa conjunción entre el aumento del paramilitarismo y el incumplimiento del gobierno puede hacer naufragar el proceso de paz mandándole, además, un pésimo mensaje al proceso que se realiza en Quito con el ELN.
Hace unos días hubo un encuentro en Cali entre Pablo Catatumbo y Freddy Rendón, el antiguo comandante de las AUC. Allí, el primero decía que les estaban ofreciendo dos millones de pesos a los guerrilleros rasos y diez millones a los comandantes para que se fueran a engrosar filas de bandas criminales…
Cuando uno revisa los informes del Centro de Memoria Histórica sobre los argumentos por los cuales se creó el Bloque Calima, el 49% de las razones por las que la gente cogió las armas con los paramiitares, eran puramente económicas. Este es un país donde el desempleo, aunado por supuesto a la falta de un proyecto colectivo, lleva a que tengamos un escenario en el que se reclute de fácil manera a gente para la guerra. Esto lo vimos con los grupos paramilitares, pero también lo vimos con el sicariato, lo observamos con las bandas de muchachos en Cali. El problema de los cultivos ilícitos, de la exclusión social, el problema de la falta de alternativas tiene que ver con un análisis económico de las causas del conflicto y en ese sentido nos podemos preguntar, también, por qué la gente cultiva cosas ilegales. En Afganistán lo vemos; en Birmania, también. Allá hay unos problemas económicos. No quiero decir que es la única causa, pero no podemos reducir a cosas simbólicas una realidad tan dolorosa como es la realidad económica de la gente.
Otro aspecto de esa reunión es que Catatumbo decía que para él hoy era más fácil conversar con un enemigo a muerte como fue Rendón que con una persona que jamás había estado en la guerra…
Hay un general que es amigo y se llama Rafael Colón Torres. Yo encontré a Rafael cuando a través de Twitter leí su perfil en el que decía que él conocía la guerra y como conocedor de la guerra prefería la paz. La gente que sabe lo que es un herido de guerra, lo que es un combate, un bombardeo, puede hablar sobre la realidad. Fíjense ustedes el plebiscito, las zonas de Catatumbo, Arauca, Nariño, Cauca, Chocó, votaron por el sí. Las zonas elegantes de Bogotá, Cali, Medellín, que no conocen la guerra, votaron por el no.
Hay una permanente queja de los jefes de las Farc en el sentido de que se siente solos y advierten que la principal falencia que observan es una gran dificultad en el proceso de reincorporación de la ‘guerrillerada’, como le llaman ellos… Sostienen que todo esto demuestra que el Estado estaba más preparado para la guerra que para la paz…
Varios problemas. Lo primero es que en los procesos de paz se ha engañado a la insurgencia, puede ser que nosotros no estemos de acuerdo y con esto no quiero cohonestar con los crímenes que han cometido o que se les adjudique, pero cuando uno piensa en Guadalupe Salcedo, miles de guerrilleros que se desmovilizan, van al coctel, firman la paz y lo asesinan. Cuando uno piensa en Carlos Pizarro, en los comandantes del EPL, en algunos de los comandantes de la Corriente de Renovación Socialista estamos frente a un problema grave y es que aquí se firma la paz para ser asesinado. La Unión Patriótica es un experimento doloroso donde las Farc dicen en los años ochenta ‘vamos a probar un modelo de paz diferente’ y los asesinan. Hace pocos días salió una amenaza a los sobrevivientes de la UP, entonces estamos ante un nuevo genocidio. En este segundo genocidio a la Unión Patriótica, como el anterior, nosotros como sociedad también tenemos una responsabilidad. No podemos seguir diciendo que solo aquel que apriete el gatillo tiene una responsabilidad, nuestro silencio, nuestra falta de solidaridad se convierte finalmente en un acto de complicidad con los asesinos.
Cuál es la lectura que usted le hace a la situación que ocurrió hace unas semanas en Tumaco
Yo le creo a las víctimas, ese ha sido mi trabajo periodístico en muchas partes del mundo. Lo que muestran los videos es que no había en la zona grupos armados diferentes a la Fuerza Pública. Segundo, que se cayó de su peso la versión de que se trataba de explosivos, cilindros y tatucos que no existieron y de los que no hay pruebas. Pero lo tercero es que si alguien tiene dudas está el informe de una organización que es Medicina Legal y ellos demuestran que se utilizaron proyectiles de alta velocidad, fusiles y luego la Policía, no de forma gratuita, termina por trasladar 102 agentes y suspender a varios de ellos. Incluso, los policías afirman que el ejército también participó de aquello.
«Aquí se firma la paz para ser asesinado»
Lo inquietante es que cuando se desmovilizan las Farc parece que aflora el otro país que no queríamos ver. Un país de las violaciones de derechos humanos, de los escándalos de corrupción, de la inequidad. Entonces, dolorosamente, Tumaco nos demuestra que hay otra agenda que es necesario resolver, que el problema aquí no son solo las Farc. Lo que hay es mucha gente deseosa de que muchas verdades no se sepan.
La mejor manera de cerrar ese proceso de paz es, en primer lugar, garantizándole la supervivencia a los que dejan las armas precisamente para hacer política. Lo otro es que tengamos acceso a la verdad, por dura que sea, es decir, la verdad de la guerrilla, la verdad de los paras, pero también la verdad del establecimiento.
Queda uno con la sensación de que al haberse desmovilizado las Farc en ciertas zonas, también han quedado muchos territorios a la deriva. El Estado ha sido incapaz de hacer presencia y otros grupos armados y violentos han llegado a colonizar…
Hay una cosa curiosa, yo estaba en Nariño con unos campesinos y uno de ellos me decía que él votó por el ‘No’, porque afirmaba que los que ponían el orden, impedían que robaran las vacas y regulaban el acceso al agua o a las mangueras, eran las Farc. En su lógica, él pensaba que si ganaba el ‘Sí’ se iban las Farc y entonces quién los protegía. Hay comunidades en el Chocó donde piden al ELN que los ayude ante la amenaza de los paras. En toda guerra, y eso lo he visto en muchos lados, se crean unos vacíos de poder y si esos vacíos no los llena el Estado, los llena el paramilitarismo, el narcotráfico o el ELN y eso es una verdad de apuño que ya hemos visto. Cuando uno habla con campesinos, para ellos la paz es ´arrégleme la finquita’, ‘arrégleme el puente’. No es gratuito lo que pasó en El Orejón. Allá el gobierno dijo que iba a desminar, las organizaciones internacionales también anunciaron su apoyo y sabe quién se opuso al desminado, la comunidad y sabe ¿por qué? Porque ellos decían que si se desminaba no volvería nadie por allá. Por eso pidieron que antes que se eliminara la primera mina, les arreglaran la carretera y un puente. Somos un país tan brutal, tan indolente, que obligamos a una comunidad a que decida seguir entre las minas para forzar que arreglen algo que el Estado tuvo que haber hecho sin un proceso de paz de por medio.
Justamente esos vacíos de poder son los que usted relata en su libro y que sucedieron, por ejemplo, con Siria y que fueron aprovechados por grupos tan violentos como el Estado Islámico para apoderarse de territorios completos…
Fíjese que eso sucede en Siria y también en Irak y esos vacíos crearon unas grandes bolsas que fueron llevadas por el Estado Islámico. Pero piense en la guerra de Mali, esos vacíos que no fueron capaces de llenar, los acaparó Al Qaeda. Uno juega con candela y luego pues se quema. En Afganistán, donde los talibanes fueron arrinconados en el 2001 y dejados en su mínima expresión, en el 2004 ya habían vuelto a crecer, porque ese espacio de tres años no fue aprovechado. Por ejemplo, en una región que se llama Herat, desarrollaron unos cultivos que eran de azafrán, que es caro en el mercado internacional. Pero el problema es que no había manera de sacarlo de allí, no había carreteras. En cambio, sacar amapola para crear opio sí salía rentable, entonces la gente lo que hizo fue cultivar amapola. Lo que nos debemos preguntar es en qué contexto vive la gente, sin entender eso no es posible superar esos conflictos del posconflicto.
Está quedando evidenciado que el Estado colombiano no sabe cómo resolver el tema de los cultivos ilícitos y que tiene una ‘papa caliente’ entre las manos sin saber qué decisión tomar…
En el año 2000, yo vivía en Madrid y conocí el informe sobre cultivos de coca y se hablaba de 150.000 hectáreas. Hoy estamos hablando de 160.000 o algo más. Es decir, hemos tenido 17 años y no ha cambiado nada. Antes los cultivos estaban concentrados, fíjense que el 50% estaban en Putumayo, ahora se han regado por todo el país. Tenemos más cultivos de coca, más daño ambiental, más glifosato, comunidades afectadas y más dependencia de ciertas comunidades de los cultivos de coca. En estos días decía un investigador, Camilo González Posso, que sale más barato comprar la hoja de coca que erradicar los cultivos por la fuerza. El Gobierno podría comprar la hoja y eliminarla, si es lo que quiere, pero ante todo generar un proceso de comunicación con las comunidades, pero en vez de eso opta por salidas como las de Tumaco y ya vemos lo que tenemos.
Hay analistas que sostienen que si no se puede resolver este gran problema de los cultivos ilícitos terminarán siendo el gran combustible de las próximas guerras en el país, como también lo han sido en el pasado y en el presente
Yo me voy antes, sino se pueden resolver los problemas de la pobreza y de los mercados en las zonas rurales, no va a ver cese de los cultivos ilícitos. El problema no son los cultivos, ellos no son la causa, son el combustible que ha alimentado la guerra. Es apenas natural que si usted vive en una zona rural, tiene una esposa, cuatro hijos, y quiere darles educación y no hay más opciones, le toca sembrar coca.
«Criminalizar al campesino y creer que alguien que cultiva coca es igual que Pablo Escobar, es un error absoluto».
Por ejemplo, en Convención, Norte de Santander, donde suelo ir, allá en Catatumbo una carga de panela llegó a costar $58.000, eso es nada, pero hace tres años bajó el precio y estaban pagando la carga a $8.000, ¿qué hace usted con ese dinero?, nada.
Además, es una traición a la idea del fin social del Estado, pero también es una traición explícita a los acuerdos de La Habana que hablaban de sustitución progresiva y voluntaria de los cultivos.
Muchos pensaban que con el proceso de paz la carga negativa se iba a revertir y se le daría un verdadero reconocimiento al campesino colombiano, pero todo indica que no fue así y que se sigue estigmatizando y señalando a la gente de las zonas rurales…
Mientras el campo siga subsidiando a la ciudad, mientras en la ciudad sigamos disfrutando de unos precios injustos, en contra del campesino y a favor de la ciudad, y mientras sigan existiendo los intermediarios del mercadeo, no habrá nada qué hacer. Antes existía una cosa que se llamaba el Idema, que bien o mal por lo menos jugaba un papel de regulador de precios y de acercar el productor al consumidor, eso se acabó dentro del Estado. Entonces es un Estado que tiene la capacidad y el dinero para llevarles el Esmad y la tropa, pero no es capaz de comprarle el maíz. Colombia es un país que importa cebada, maíz, cebollas y luego nos quejamos porque los cebolleros hacen manifestaciones. La respuesta en esos casos es mandarles el Esmad. Cuando uno cree que la política social se hace a punta de bolillo no hay por dónde avanzar.
Se aproxima una campaña presidencial que cada vez se torna más agresiva. ¿Cuál su análisis sobre lo que se viene para el país?
Como dicen los creyentes, ‘que Dios nos coja confesados’ ´porque la situación no pinta bien. Se impone la política de bloques, pero no en términos de la búsqueda de discursos, como sería en Suecia o en la política alemana, aquí son bloques clientelares y entre eso tenemos que acoger a la sumatoria de fuerzas que apoyen un proceso de paz, no por un problema de clientelismo o de oportunismo político, sino porque si esto echa de para atrás,en diez o quince años estaremos diciendo: ‘ahora se instala la mesa de paz entre las nuevas Farc y el gobierno de turno’. Entonces, como en alguna oportunidad dijo Alfonso Cano cuando fracasaron las conversaciones en Tlaxcala, ‘nos vemos en diez mil muertos’. Hay que huirle a ese escenario, pero también hay que blindarlo, el problema es que tenemos un pensamiento esquizoide y tenemos disociada la queja política con el valor del voto. Es decir, no creemos en el voto como elemento de la democracia, de la construcción de ciudanía. Nos falta mucha pedagogía, el problema no son ni siquiera las Farc, el ELN o el paramilitarismo, el lío es que somos una sociedad premoderna.